José Revueltas y Adolfo Sánchez Vázquez, Un diálogo necesario

David Moreno Soto

Primera de dos partes

1.

Este año celebramos el centenario del natalicio de Adolfo Sánchez Vázquez y el año pasado conmemoramos el de José Revueltas —y el siguiente, 2016, el 40 aniversario de su muerte—. Son dos figuras emblemáticas, ejemplares y señeras de la izquierda y de la cultura mexicanas como intelectuales excepcionalmente consecuentes con su compromiso con el pensamiento. Y lo son no sólo por la calidad de sus trabajos en sus respectivos oficios —filósofo, el primero, y escritor, el segundo—, sino también por la congruencia con sus ideas sostenida durante toda su vida como luchadores socialistas.

En fin, se trata de dos militantes revolucionarios marxistas comunistas entrañables porque dedicaron sus esfuerzos y su oficio como intelectuales y hombres de letras a la crítica no sólo del capitalismo, sino, como parte de ésta, a la crítica de las formas de militancia de izquierda prevalecientes en su tiempo, que también es el nuestro.

Entre ambos hubo una relación poco reconocida, poco visible pero profunda. Podríamos decir que de hecho iniciaron una discusión sobre los problemas de fondo de la revolución comunista en el siglo XX, aunque de alguna manera esta discusión quedó pendiente, inconclusa pero abierta y en la que hoy podemos participar.

No podría ser de otro modo en trayectorias tan cercanas: militantes comunistas desde su juventud y además coetáneos, pues desde que Sánchez Vázquez llega a México, en 1939, conviven en ámbitos cercanos y participan de las mismas vicisitudes de la lucha por el socialismo, que en aquellos tiempos era directamente vivida como lucha revolucionaria, y en medio de los acontecimientos mundiales más dramáticos de su siglo.

En efecto, en una entrevista Sánchez Vázquez cuenta que en los primeros meses de su arribo, al momento de lanzar la revista Romance —en la que obtuvo, como redactor, su primer empleo remunerado en el país—, participaba de una “relación muy cordial con los jóvenes escritores de la época” entre los que estaban Octavio Paz, José Revueltas, Efraín Huerta, José Alvarado, Fernando Benítez…[1]

Son dos jóvenes de 24 —el español— y 25 años —el mexicano— de edad con una ya larga trayectoria de intensa formación intelectual y política. Sánchez Vázquez, tras cursar un año de la carrera de filosofía en la elitista Universidad de Madrid y tres años en el frente de batalla en donde publica y escribe poesía en periódicos que circulan en las trincheras republicanas, llega a México como cuadro importante del Partido Comunista Español y se ocupa en labores de recepción y apoyo a los exiliados que siguieron al grupo en el que él llegó, que fue el primero.

Por su parte, Revueltas, escritor autodidacta en formación a punto de terminar su primera novela publicada, Los muros de agua (había terminado otra, titulada “El quebranto”, pero se extravió), con una militancia de casi 10 años y dos estancias en la tristemente célebre prisión de las Islas Marías, lo que le valió un viaje a Moscú rodeado de la aureola de héroe como delegado al VI Congreso de la Internacional Juvenil Comunista y como asistente al VII Congreso de la Internacional Comunista.

Así pues, a aquellos jóvenes militantes intelectuales estudiosos comprometidos les preocupaban cuestiones graves si las hay, y seguramente las reflexionaban, las comentaban, las discutían con sus camaradas.

Y bien, ¿de qué tipo de problemas podrían discutir?

Recordemos que aquel VII congreso de 1935 al que asiste el Revueltas veinteañero fue el último que celebró la Internacional Comunista (o Comintern), en el que se rectifica la línea sectaria de 1928 de “Clase contra clase”.

En ese congreso de 1928, justamente durante el ascenso acelerado del fascismo en Europa, cuando más urgía la alianza de las izquierdas, los comunistas, para acatar las directivas de la Internacional Comunista, debían enfrentarse contra sus aliados socialistas, ahora tildados de “socialfascistas”, bajo la premisa de que la “crisis general del capitalismo” hacía inminente una revolución que a toda costa debía ser dirigida por los comunistas bolcheviques desde Moscú. Cabe recordar también que ese año Trotsky es expulsado de la URSS.

Ése fue uno más de la serie de brutales bandazos mediante los cuales se trituraban los cerebros y los corazones de los militantes y simpatizantes comunistas, así como la conexión de las direcciones de los partidos comunistas con sus realidades sociales, con sus militantes, con la teoría marxista y con el pensamiento racional.

Así fue como los partidos comunistas se transformaron en partidos extraños, ajenos a sus realidades, partidos “históricamente inexistentes”, y a los proletariados y los revolucionarios de sus países en “proletariados sin cabeza”, como diría 20 años después Revueltas del Partido Comunista Mexicano.

A través de este proceso se consolidaba a la vez la hegemonía de Stalin dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética, la de éste sobre el conjunto de los partidos comunistas del mundo y, a través de éstos, sobre el movimiento obrero internacional. Así se remachaba el proceso de bolchevización de los partidos comunistas de los diversos países que se había iniciado desde los comienzos de la Internacional comunista, fundada en 1919, y que a la muerte de Lenin, en 1924, quedó sellado bajo la consigna de la defensa del régimen soviético autodesignado la patria del “socialismo en un solo país”.

En el congreso de 1935 —en medio de la purga estalinista que culminaría y saldría a la luz con los procesos de 1937-1938—, ante las desastrosas consecuencias de la línea sectaria de 1928 que permitió el triunfo del nazismo en Alemania, se lanza el nuevo giro bajo la consigna del “Frente popular” o frente unido antifascista de las izquierdas. [2]

Y precisamente en 1939, cuando llega a México Sánchez Vázquez y comienza su relación con los militantes comunistas, los intelectuales y escritores del país, entre ellos José Revueltas, tiene lugar el nuevo giro brutal a partir de la firma del pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, nueve días antes de que iniciarse la segunda guerra mundial.

Es difícil imaginar el impacto que recibieron los militantes y simpatizantes comunistas, lo que tuvieron que hacer para justificar el pacto de Stalin con los nazis, a los que hasta entonces habían considerado como sus principales enemigos.

Es difícil imaginar, digo, que aquellos jóvenes y brillantes intelectuales se limitaran a preocupaciones literarias y no tuvieran como tema de discusión estos acontecimientos, a los que, además, debían sumarse las escandalosas campañas de linchamiento promovidas por los principales dirigentes socialistas mexicanos contra el asilo que Lázaro Cárdenas otorgara a Trotsky a principios de 1937 y al contraproceso promovido por éste en abril de este mismo año, en el que denuncia la sangrienta farsa de los “procesos de Moscú”.

Este clima de linchamiento estaba llegando a su apogeo precisamente en 1939, al estallar la guerra mundial y con la destitución y expulsión, en un grotesco “Congreso Extraordinario” orquestado por agentes estalinistas rusos, españoles e italianos, de los principales dirigentes del partido comunista mexicano, que se negaron a participar en los atentados gangsteriles que culminarían el año siguiente con el asesinato de Trotsky.[3]

2.

Como digo, no sabemos qué tanto llegaron a convivir nuestros entrañables personajes, aunque, como vemos, ya desde aquellos primeros años tenían mucho de qué hablar.

Sin embargo, a lo largo de sus largas trayectorias Revueltas y Sánchez Vázquez se ocuparon en reiteradas ocasiones de los problemas que les significaron aquellos acontecimientos, e incluso éstos dieron pie cuando menos al comienzo de un diálogo entre ellos. Un diálogo crítico, una discusión seria sobre problemas fundamentales en los que se jugaban sus destinos. Y en el centro de esta discusión está la crítica del estalinismo.

Así, sabemos de dos anotaciones de José Revueltas, no publicadas en vida, en las que dirige sendas críticas a Sánchez Vázquez. Dos notas de apenas un par de cuartillas cada una. La primera es una tarjeta de 1967 con apuntes para una conferencia en la UNAM sobre “Cuestiones de estética”, en la que Revueltas le reprocha al filósofo que su intento de crítica al dogmatismo en este terreno (en Las ideas estéticas de Marx, publicado dos años antes, 1965) se limita a tratar de “atenuarlo” “limándole las uñas, pero con esto no hace sino ofrecerle un blanco más fácil”.[4]

Contra “la creencia —de Sánchez Vázquez, según Revueltas— de que la obra de arte debe contener una tendencia ideológica”, el novelista sostiene que “mientras más elevada es una expresión artística, más elevado es su contenido ideológico, o sea su contenido ideológico estará cada vez menos condicionado por las relaciones de clase y será cada vez más puro como contenido ideológico humano”.

La otra anotación contiene una crítica más de fondo, dirigida contra el núcleo de la concepción del marxismo que desarrolla Sánchez Vázquez, el concepto de praxis. Se trata de una breve “nota de lectura” recogida en el volumen Dialéctica de la conciencia, como uno de los “apuntes de trabajo” que acompañan al ensayo que fue para Revueltas su trabajo teórico más importante, un intento de balance de su propia experiencia de lucha y la de todo el siglo XX.

Esta breve anotación, interesante ya por la contundencia de su forma silogística, lo es sobre todo porque contiene la clave de ese ensayo.[5]

Revueltas propone una inversión completa del sentido libertario que Sánchez Vázquez atribuye al concepto de praxis según la cual si en toda actividad se realiza en un fin “esta realización… es enajenada por su propia actividad”. Sánchez Vázquez cae en la trampa hegeliana de la identidad sujeto-objeto, que ignora que “hasta ahora el hombre es más bien desperdicio y fracaso” y por lo tanto “no hace sino sacralizar la enajenación”.

No podemos detenernos aquí en estas críticas de Revueltas que, como se ve, merecerían un comentario detenido. Baste señalar solamente que el balance que deriva Revueltas del concepto de praxis en polémica con Sánchez Vázquez, que es el eje de todo su ensayo sobre la dialéctica de la conciencia, es radicalmente pesimista, negativo, sombrío. Revueltas concluye que la lucha por un mundo mejor no sólo ha estado sembrada de fracasos y errores sino que fue un error desde el principio. Incluso haberlo intentado fue un error porque así están hechos los hombres. Precisamente porque su estructura o constitución es praxeológica no podían sino intentarlo, pero como los hombres son constitutivamente erróneos, su existencia es ya de antemano un fracaso y de su praxis no puede salir sino el fracaso. La prueba: el intento de construir una nueva sociedad resultó en la inminencia de la guerra nuclear.

Como vemos, Revueltas convoca y abre la imprescindible investigación sobre la enajenación del socialismo en el siglo XX en franca confrontación con el concepto central del marxismo que propone Sánchez Vázquez.

Pero también, al mismo tiempo que intenta abrir la discusión, Revueltas la cierra de antemano. Su conclusión no resulta de su indagación sino que lo asalta una y otra vez porque ya se encuentra agazapada desde el principio. Intenta analizar el fenómeno de la enajenación de los procesos revolucionarios anticapitalistas pero en verdad él mismo es arrastrado por una obsesión que lo corroe. Es como uno de los personajes de sus novelas que, dice, se rebelan contra él y no sólo lo increpan sino que lo atormentan, lo traicionan y lo castigan.

José Revueltas y Adolfo Sánchez Vázquez, Un diálogo necesario

David Moreno Soto

Segunda de dos partes

3.

Sánchez Vázquez escribe en 1983 un ensayo, “La estética terrenal de José Revueltas”, que presenta como ponencia en un homenaje al escritor celebrado en la Universidad Autónoma Metropolitana.

El filósofo revolucionario rinde homenaje al escritor revolucionario a siete años de su fallecimiento. Es un homenaje como los que suele hacer Adolfo Sánchez Vázquez durante su afortunadamente larga vida, como los reconocimientos de las aportaciones de sus colegas, maestros y amigos filósofos, científicos y escritores en el exilio: digno, caballeroso, cargado de una noble y elegante cortesía.[6]Pero, como digo, y no podía ser de otro modo, es también directamente una toma de posición frente a los problemas que aborda Revueltas.

Sánchez Vázquez no menciona las críticas que le hace Revueltas, aunque podemos suponer que las conoce pues cita en su texto pasajes de los volúmenes en que se encuentran aquéllas; más aún, de alguna manera podríamos entrever, que en su homenaje busca retomarlas y contestarlas.

De entrada Sánchez Vázquez caracteriza el marxismo de Revueltas como un marxismo humanista que intenta recuperar la racionalidad de la praxis, condición fundamental del pensamiento auténticamente crítico, pero que es también contradictorio en tanto se debate con la perspectiva leninista sin lograr salir de ella.

Dice Sánchez Vázquez:

En José Revueltas ambos aspectos de su humanismo subjetivista se complementan: el primero hace referencia sobre todo a la meta a alcanzar; el segundo a la fuerza decisiva en la lucha por alcanzarla. El primer aspecto da a su marxismo un acento libertario… El segundo aspecto hace de la praxis, de la actividad revolucionaria consciente frente a las ilusiones de un desarrollo mecánico, espontáneo, un elemento central del pensamiento y la acción. De ahí el énfasis revueltiano en la subjetividad, entendida de acuerdo con la teoría leninista-kautskiana de la conciencia y del partido, lo que conlleva en José Revueltas cierta reducción del papel de la clase como agente histórico revolucionario y un olvido de los factores objetivos que crean las posibilidades que toca a la subjetividad realizar.[7]

Como este marxismo, la estética de Revueltas es también contradictoria, desgarrada entre la perspectiva dogmática “celestial” y la perspectiva crítica “terrenal”, de la que no obstante Revueltas logró importantes aportaciones para la estética marxista.

Así pues, Sánchez Vázquez abre y cierra su semblanza-homenaje con valoraciones positivas pero en un camino sembrado de contradicciones.

Sánchez Vázquez resalta la importancia que tuvo en la trayectoria de Revueltas el debate sobre el leninismo. No es el suyo un marxismo simplemente desgarrado sino que ese desgarramiento giró en torno a la teoría leninista de la organización.

La vida de Revueltas como hombre de letras y como hombre de partido fue una lucha constante por resolver las contradicciones que entraña el marxismo-leninismo.

Como sabemos, también Sánchez Vázquez caminó por esa misma senda aunque con otros recursos; su propio marxismo evolucionó como una lucha constante con esas contradicciones y en un esfuerzo constante por liberar la lectura de la obra de Marx y su propio pensamiento de su confinamiento bajo esa fórmula.

Sánchez Vázquez llega a formular este problema crucial en su ensayo sobre Revueltas como el dilema en el que se ha debatido el marxismo del siglo XX y todo el movimiento socialista. Esta clara precisión del problema es resultado especialmente de la clarificación que logra en la segunda edición de 1980 de su libro Filosofía de la praxis, en la que encontramos el ajuste de cuentas final de Sánchez Vázquez con Lenin y el leninismo.

El coherente y magistral pensador que fue Sánchez Vázquez pudo sacar esta conclusión después de redondear este ajuste de cuentas, larga y trabajosamente preparado, a partir de su crítica al marxismo de Althusser en la que se ocupó durante la década de los setenta y que culmina en su libro Ciencia y revolución, de 1978.[8]

Cabe señalar que la interlocución con Louis Althusser es significativa ya en la primera edición, de 1967, de Filosofía de la praxis, donde encontramos frecuentes referencias al filósofo francés.

Especialmente significativo es el entusiasmo con el que Sánchez Vázquez saluda en el “Post-scriptum” de su libro Ciencia y revolución, la crítica de Louis Althusser a la línea política y a la estructura organizativa del Partido Comunista Francés.[9]

En esta crítica Althusser dice al fin con todas sus letras el nombre del problema: la subordinación de las relaciones entre los militantes a la política burguesa, el partido comunista, estructurado bajo el modelo leninista, es una forma política burguesa, no hace sino “reproducir la práctica política burguesa en su propio seno”.

Althusser insiste en sacar todas las consecuencias de este reconocimiento, ser consecuentes hasta el final, que es lo que por cierto, aunque, como si dijéramos a ciegas, intentó Revueltas.

4.

En su ensayo sobre la estética de Revueltas, Sánchez Vázquez centra su comentario en un problema crucial de la trayectoria política, literaria e intelectual de José Revueltas que se plantea en la famosa polémica provocada por la publicación de su novela más importante, Los días terrenales, en la que, como decía más arriba, retrata a los comunistas mexicanos de los años treinta —aquella época en la que habrían tenido lugar los primeros encuentros entre ambos jóvenes intelectuales comunistas— como figuras patéticas, desgarradas y atroces.

La novela, escrita entre 1943 y 1948 y publicada en 1949, es recibida con elogios de intelectuales destacados como Salvador Novo y Alí Chumacero, pero con rabiosos ataques de correligionarios de izquierda como Pablo Neruda y otros que eran amigos cercanos del joven escritor.

El espejo que Revueltas les puso enfrente les resultó insoportable.[10]

En medio de la tormenta, en cuestión de semanas, Revueltas pasa súbitamente de una brillante defensa a una oscura derrota, una vergonzosa abjuración de sus mejores ideas y esfuerzos de cinco años. La caída y la depresión se prolongará una década, y sólo saldrá de ella sobre el impulso de la apertura y los vientos renovadores desatados por el XX Congreso del PCUS, de 1956, pero cuyos efectos se dejarán sentir después, a través y a pesar de las resistencias de las estructuras burocráticas que funcionaban en los partidos comunistas del mundo (“máquinas de dominar”, como las llamara Althusser).

Sánchez Vázquez se pregunta: “¿Cómo entender esta autocrítica de Revueltas? Y para responderla distingue entre “la ideología del autor” y “la ideología de la novela”, y propone que Revueltas como escritor logra crear una auténtica obra de arte en la que una “estética terrenal” se subleva contra la “estética celestial” del autor. Concluye pues que Revueltas acabó concediéndoles la razón a sus detractores porque suscribía las ideas políticas y estéticas de éstos.

Sin embargo, la cuestión que se plantea en esta discusión no es sólo de estética sino política, y de fondo. Por eso es tan virulenta. Este fondo se le escapa a Sánchez Vázquez.

Los comunistas que Revueltas retrata en su novela no son sólo los mexicanos sino los de todos los partidos comunistas del mundo. Sus personajes reflejan no solamente la desviación o degeneración estaliniana de un principio correcto sino contradictorio en su origen, como argentan agudamente Louis Althusser en su crítica arriba referida y Sánchez Vázquez en los nuevos capítulos de la segunda edición de Filosofía de la praxis. Su novela no describe únicamente las lacras de los comunistas mexicanos por estar su partido separado de su realidad social, sino las de varias generaciones de luchadores comunistas de todo el mundo. Y es que no sólo el partido comunista mexicano era un “extraño a su país”, sino que lo eran todos los partidos comunistas del mundo. Todos eran instrumentos de la política exterior de la Unión Soviética y de las sórdidas intrigas de las burocracias estalinistas, lo mismo que los comunistas españoles, los franceses, los ingleses, etc.

Revueltas está criticando al estalinismo como figura extrema del marxismo-leninismo encarnado en los personajes de su novela, y ésta es tan lograda como obra de arte porque representa personajes reales, porque efectivamente así son los comunistas de carne y hueso que él conoció, con los que convivió y que él mismo fue.

Pero la crítica de Revueltas va más lejos aún, habla de los estalinistas después de Stalin, los mismos que en los años setenta se encargaron del viraje “eurocomunista”. De ahí que el retrato que pinta Althusser de Georges Marchais, el secretario general del Partido Comunista Ftancés en aquellos años, el ambiente, los comportamientos de los dirigentes del partido en el momento del viraje al eurocomunismo son plenamente dignos de figurar en Los días terrenales.

Es curioso que Sánchez Vázquez no vea que Revueltas en los años cuarenta pinta de cuerpo entero a los mismos estalinistas que criticaron él mismo y Louis Althusser 20 años después, ya dentro de la apertura que significó el “Informe secreto” de Krushev en el XX Congreso del PCUS, en 1956, que permitió la expresión de las tendencias críticas renovadoras dentro de las cuales participara Sánchez Vázquez y el propio Revueltas.

Revueltas se adelantó una década a esta apertura por ser consecuente con un compromiso político en su labor como escritor. Por congruencia, intentó llevar hasta sus últimas consecuencias un principio contradictorio que hizo que su vida se viera atravesada de la contradicción.

Dice Henri Lefebvre en su interesante prólogo a Dialéctica de la conciencia que la dialéctica, como teoría de las contradicciones, no puede ser contradictoria, pero que lo que legítimamente Revueltas intentó fue vivir las contradicciones y pensarlas desde ellas mismas.

Revueltas no fue un pensador coherente pero sí un hombre que quiso ser congruente con sus ideas, un hombre de principios, un hombre de partido en el sentido fuerte del término, que trató de ser consecuente aun con esos principios en los que vio contradicciones. Y se empeñó en verlas de frente, sin concesiones.

En conclusión, creo que este fue el problema de fondo que discutieron Revueltas y Sánchez Vázquez. La verdad, creo que hubiera sido muy difícil el diálogo sereno entre ambos. Sospecho que habría demasiadas diferencias de temperamento, de carácter y de formación. Pero quizás sí conversaron y sí discutieron. Tuvieron tiempo para hacerlo y es probable que no hayan faltado ocasiones para reunirse. Y, como vemos, ambos tenían mucho que decir. En todo caso nosotros estamos aquí y tenemos a la mano su inapreciable legado para continuar ese diálogo imprescindible.

[1] Adolfo Sánchez Vázquez, Del exilio en México. Recuerdos y reflexiones, p. 206).

[2] Las novelas mayores de Revueltas, Los días terrenales (1949) y Los errores (1962) describen el ambiente y los caracteres de los militantes comunistas de la década de los treinta, “de los peores años en la historia de los miembros del partido comunista mexicano” debido “a la política detalladamente equivocada que dictaba la cúpula” “presionada por las decisiones internacionales del Comintern”: “persecuciones, exilios, cárcel, asesinatos…” Marco Antonio Campos, “Los días terrenales y el escándalo de las izquierdas, Círculo de Poesía, revista electrónica de literatura,16 febrero 2014, http://circulodepoesia.com/2014/02/los-dias-terrenales-y-el-escandalo-de-las-izquierdas/

[3] Hoy contamos con la detallada reconstrucción de esa historia que lleva a cabo en su magnífica novela El hombre que amaba los perros, de Leonardo Padura, y las investigaciones como la de Olivia Gall en su libro Trotsky en México y la vida política en tiempos de Lázaro Cárdenas (1937-1940) —que en su nueva edición (Itaca, 2013) tiene un prólogo de Padura—, así como una abundante bibliografía que no deja de crecer.

[4] José Revueltas, Cuestionamientos e intenciones, p. 363.

[5] Véase José Revueltas, Dialéctica de la conciencia, Era, México, 1982, pp. 136-137.

[6] Véase, por ejemplo, “Exilio y filosofía. La aportación de los exiliados españoles al filosofar latinoamericano”, en Adolfo Sánchez Vázquez, op. cit.. Otro ejemplo notable es el homenaje a su brillante discípulo Carlos Pereyra, con el que no obstante sostuvo acres polémicas, en la conferencia inaugural del “Simposio en memoria de Carlos Pereyra”, en agosto de 1988, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

[7] Adolfo Sánchez Vázquez, “La estética terrenal de José Revueltas”, Grijalbo, México, 1983, pp. 176-177.

[8] Aureliano Ortega Esquivel sugiere que “las nuevas secciones incorporadas a la segunda edición deFilosofía de la praxis podrían entenderse como el remate de una serie de trabajos escritos por Sánchez Vázquez en respuesta directa al conjunto, actualizado a 1978, de las más recientes intervenciones teóricas y políticas del marxista francés”. “Para una lectura política de la Filosofía de la praxis de Adolfo Sánchez Vázquez: Lenin vs. Althusser”, Theoría, revista del Colegio de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, núm. 26, junio de 2014, pp. 20-21.

[9] Véase L. Althusser, Lo que no puede durar en el Partido Comunista, Siglo XXI, Madrid, 1978.

[10] Especialmente insoportable fue el retrato del dirigente Fidel Serrano, “ese justo, ese puro, que es, sin embargo, para otras personas que han convivido con él –como su esposa– ‘sórdido y por dentro vacío y helado’, ‘un horrible fariseo del demonio’, ‘un santo capaz de cometer los más atroces pecados de santidad’, … un ‘seminarista rojo’, alguien que habiendo perdido el alma la ha sustituido políticamente por ‘un esquema de ecuaciones’, ‘una máquina sin dudas’, ‘un fenómeno de deformación, de esquematismo espiritual’…, que despreciaba cualquier arte que no estuviera destinado a las masas, y de quien sus camaradas se horrorizan… porque si tuviera el poder en las manos… se convertiría en ‘una pesadilla inenarrable’”. Marco Antonio Campos, op. cit.

Fuente:

Moreno Soto, David (2015), “José Revueltas y Adolfo Sánchez Vázquez, Un diálogo necesario”, en Revista Siempre. La cultura hoy, mañana y siempre, año 5, núm. 130, http://www.siempre.com.mx/2015/11/jose-revueltas-y-adolfo-sanchez-vazquez-un-dialogo-necesario/

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