Marxistas de hoy*

La degradación civilizatoria y las tareas del marxismo

Entrevista a Jorge Veraza Urtuzuástegui

MANUEL DEL PINO: Empezaste a leer a Marx muy joven. ¿Cómo ocurrió?, ¿qué encontraste en él que te atrapó tanto y te llevó a leer más y más textos suyos?

JORGE VERAZA: Conocía ideas de Marx por mi padre y por mi hermano mayor que eran marxistas; así como por el segundo esposo de mi madre, con quién —desde los 8 años— tenía una relación muy afable y de reflexión teórica e información en las más diversas áreas del saber. La realidad mexicana en sus contrastes de riqueza y miseria, así como de autoritarismo y rebeldía enmarcaban estas comunicaciones y muchas veces eran el motivo de las mismas. La conquista española y la opresión colonial, la guerra de independencia y la invasión norteamericana de 1846/48 con el cercenamiento de más de la mitad del territorio nacional como resultado; de por medio la heroica defensa contra el invasor por parte de los Niños Héroes en el Castillo de Chapultepec —al que de niño visitaba asiduamente— daban profundidad histórica a esta intensa formación. La coherencia de pensamiento de mi padre aunada a su perseverancia y consistencia llevadas hasta convertirlas en actitudes éticas y políticas ante la vida, me influyeron decisivamente. Mi madre —socialista desde joven— divorciada de mi padre desde pocos meses antes  de  mi  nacimiento,  era  una  mujer  inteligente, emprendedora y valiente, de mucho carácter; y a mí, como su hijo menor —producto del matrimonio con el hombre que fuera el amor de su vida, según me confesó ya contando yo unos cuarenta años— me prodigaba un afecto profundo y de muy intensa comunicación de toda su emocionalidad y experiencia. En vez de contarme un cuento, acostumbraba cada noche arrullarme con canciones sobre héroes patrios independentistas o combatientes contra la invasión francesa de 1862; así como de Simón Bolívar, “el héroe de los héroes”. Y siempre concluía cantándome la “Internacional”, antes de ya arroparme bien y darme un beso en la mejilla y otro en la frente para que me durmiera. Costumbre que duró hasta mis 8 años, a causa de sus segundas nupcias.

La revolución cubana fue un faro de esperanza y regocijo para muchísimos mexicanos. Mi madre lloraba conmovida al escuchar los discursos de Fidel; y sobre todo con la noticia de la entrada en La Habana del ejército guerrillero.

Leo el Manifiesto Comunista1 a los 15 años con este telón de fondo y como horizonte esperanzador y ya sabio —como te cuento— de muchas ideas marxistas antes de leer su primera página.

Para mí el pensamiento de Marx —y el de Engels— aclaró mi mundo y centró mis emociones, en primer lugar. Y luego me sirvió para entender el mundo y propugnar por su transformación revolucionaria no sólo clasista sino integral. Lo que se redondeó a mis 17 años, con mi lectura de los Manuscritos de 18442, texto en el que la crítica de la economía política es postulada como fundamentó de la crítica global de la sociedad; el verdadero objetivo teórico a cumplir. Seis meses después de leerlos, estalla en México el movimiento estudiantil de 1968.

MP: Supongo que te afectó política e intelectualmente la terrible represión que sufrió el movimiento. En todo caso, continuaste con tus lecturas de Marx y pronto leíste El Capital3…

JV: Exactamente. Mi participación en el movimiento estudiantil me llenó de entusiasmo y combatividad; además, me abrió la mente para concebir una lucha no sólo económica y política sino también cultural y de profunda raíz democrática. No sólo sino que vino a darle un sentido trascendente y práctico revolucionario a mis recientes experiencias en Alemania y Europa Occidental en general. Pues entre 1966 y 1967 —la Primavera del Amor de por medio— estuve estudiando en ese país, dado que la primaria y la secundaria las había cursado en el Colegio Alemán “Alexander von Humboldt” en México. Esa experiencia de diversidades internacionales de todo tipo, de formas de libertad y de opresión y manipulación variadas, así como el contacto con el movimiento hippie y de gamblers en Europa, no sólo llenó de colorido mi adolescencia sino, también, dio concreción a un internacionalismo sólo abstracto hasta entonces y sólo atenido a lo dado; mientras que ahora lo dado, él mismo, ofrecía sugerencias libertarias y utópicas a ser realizadas y por las cuales propugnar. Pues bien, todo eso se vio redimensionado en un sentido político revolucionario integral —cuando que sólo parecían haber sido experiencias de vida cotidiana no hacía un año— en el curso de la experiencia del 68 internacional y mexicano en particular. Así que la brutal represión del movimiento estudiantil democratizador mexicano por parte del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el “Asesino de Tlatelolco”, por supuesto que me cimbró y entristeció pero el contenido vital y combativo para mi involucrado, posibilitó que con más ahínco y convicción propugnara por la transformación revolucionaria del mundo, en vez de caer en depresión o en alguna forma de desesperación. Se vieron eso sí cerradas las vías democráticas en mi país, ahora de modo patente; y la vía guerrillera apareció como único camino. Recién retornado de Alemania leí el Diario del Ché en Bolivia; y en todo México se desataron múltiples movimientos armados guerrilleros. Así que los meses y años siguientes estuvieron llenos de noticias sobre su represión y reivindicaciones. Por mi parte después de un corto lapso de tiempo en que —en medio de la impotencia general— la guerrilla me pareció la única salida, se me hizo evidente mi falta de preparación ante la necesidad generalizada de conocimientos, de conciencia cívica y de clase que sufre mi país. Mi inteligencia y dotes intelectuales, así como mi preparación cultural previa relativamente sólida (obras completas de Shakespeare leídas entre los trece y catorce años; Don Quijote, El Decamerón y La Divina Comedia entre los catorce y los quince etc.) me sugirieron el camino revolucionario que debía seguir por que era en el que mi contribución podría ser óptima.

Y, fíjate, debido a la larga huelga estudiantil del 68 y de posteriores, el calendario escolar se desfasó tanto hacia 1973, que al terminar mis estudios de bachillerato debí esperar 13 meses antes de ingresar en la Universidad en la escuela de Economía —carrera por la que opté, aunque mis preferencias eran por filosofía o por física, debido a que era aquella en la que el número de horas dedicadas al marxismo era superior— así que entré habiendo leído ya El Capital bajo la dirección de Bolívar Echeverría durante cuatro semestres; pues iniciado el último año de bachillerato me inscribí en el Seminario de El Capital, que después de 1968 se había inaugurado en la escuela de Economía de la UNAM.

MP: Ese Seminario sobre El Capital debió de ser fundamental en tu desarrollo intelectual porque, aún antes de licenciarte en Economía, ya participaste en él como profesor y acabaste a principios de los ochenta siendo su Coordinador.

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Dialéctica  histórica de la superación de la crisis del marxismo

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(1) EVIDENCIA EMPÍRICA Y APODÍCTICA

DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL VII PREMIO LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR AL PENSAMIENTO CRÍTICO

Septiembre de 2012

Jorge Veraza Urtuzuástegui

La burguesía entró en la historia por la puerta grande mostrándose como clase histórica por antonomasia que revolucionó los modos de vida tradicionales en lo que tenían de atávicos y opresivos. Así la retrataron Karl Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto del Partido Comunista en 1848, en el momento en que diera comienzo su declive e iniciara la aurora de la misión histórico universal del proletariado sin que la de la burguesía hubiera terminado aún.

Hace poco más de cuarenta años que las clases oligárquicas de nuestro continente fueron caracterizadas como lumpemburguesías, y desde entonces en lugar de mejorar las cosas han empeorado. Pues las burguesías en todo el mundo —pero ejemplarmente las latinoamericanas— en el curso de los treinta años de política neoliberal, han devenido en francos sujetos antihistóricos. Pues su condición de vida es el plusvalor que explotan a la clase obrera y hasta hace poco la producción de valores de uso era la condición del mismo, pero hoy la industria capitalista no sólo produce crecientemente valores de uso nocivos al lado de positivos sino que los nocivos se han vuelto predominantes y aún peor, el plusvalor ya sólo puede producirse y realizarse en el mercado si y sólo sí su soporte es un valor de uso nocivo y cada vez más nocivo. De suerte que la tecnología capitalista —columna vertebral de la condición histórica original de la burguesía— se ha tornado en específicamente nociva y somete al consumo humano bajo el capital hasta la médula misma de la reproducción celular de nuestro organismo enfermándonos corporal y mentalmente, volviéndonos adictos consumidores de sus basofias.

     El resultado histórico de este renovado modo de producción ha sido una burguesía que no sólo deslegítima y corrompe al Estado republicano que ella creara sino, también, el medio ambiente planetario, la moral y la cultura sociales, que desangra al mundo en guerras sistemáticamente acompasadas con la acumulación de capital, que prostituye a la juventud y a la niñez, las endroga y a todo ser humano. Una burguesía que no sólo puede sino que se afana en acabar con la vida del planeta, ya no sólo por la hecatombe nuclear sino por el calentamiento global y la destrucción transgénica de la biósfera o por su nanotecnológica degradación. […]


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* Fragmentos tomados de:

Veraza Urtuzuástegui, Jorge (2015), «Marxistas de hoy», en Pensar desde abajo, núm. 4, Fundación Andaluza Memoria y Cultura, Sevilla, pp. 177-271.

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